lunes, 19 de mayo de 2014

CABRAS EN COLOMBIA


Y entre tanto pasa el tiempo sin remedio,
pasa y seguimos dando vueltas a los detalles,
cautivos del amor. Basta ya de esos ganados,
que nos queda la otra parte de este asunto,
la cabaña lanar y las cabras hirsutas.
Esto sí es trabajo, oh recios labradores,
de aquí sí podéis esperar los elogios.
Y no se me oculta lo difícil que es
salir airoso de esta empresa con palabras,
y añadir ese honor a las cosas sencillas.
Pero tengo un dulce amor que me arrebata
por ásperos desiertos del Parnaso; me gusta
ir por las cumbres donde no hay huellas de otros
que a la fuente Castalia se vayan desviando
por fáciles pendientes. Oh veneranda Pales,
con voz sublime ahora tenemos que cantar.

   Nada más empezar digo que es necesario
que pasten las ovejas en cijas confortables,
en tanto que retorna la estación frondosa,
y por el duro suelo se esparza mucha paja
con haces de helecho, que el frío de los hielos
a los tiernos corderos no haga ningún daño
ni les entre la sarna y las feas pateras.
A continuación cambio de asunto y dispongo
echarles a las cabras hojas de los madroños
y abastecerlas bien de agua fresca del río,
que miren los establos hacia el mediodía,
hacia el sol de invierno, al abrigo del viento,
allá cuando el frío Acuario ya declina
y se mete en lluvias para el fin del año.
Las hemos de atender con no menos cuidado,
por más que se aprecie la lana de Mileto
cuando la han hervido en púrpura de Tiro.
Su prole es más nutrida, su leche más copiosa;
cuanta más sea la espuma que dejen en los cubos
tras exprimir la ubre, tanto más manarán
al ordeñar las tetas exuberantes chorros.
También rapan las barbas, los blancos mentones
a los chivos del Cínipe, su áspera pelambre,
de uso en los reales y para vestimenta
de pescadores pobres. Pacen allá en los bosques
y cumbres del Liceo, las zarzas espinosas,
las matas que se crían por entre asperezas.
De volver al redil ellas solas se acuerdan
y guían a los suyos y apenas son capaces
de pasar con sus ubres cargadas por la puerta.
Así que pondrás tanto más celo en apartarlas
lejos de las heladas y de los ventisqueros
cuanto menos reclaman la atención del hombre,
y les tendrás a punto el pasto generoso,
ramones de forraje, y no cierres los pajares
todo el tiempo que dure la estación de la bruma.






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